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Phil Jackson; el arte de observar

En una ocasión Rick Fox (3 anillos con los Lakers de Shaq y Kobe) describió la manera de entrenar de Phil Jackson como una obra de teatro en tres actos:

El primer acto vendrían siendo los primeros 20 o 30 partidos de temporada en los que el Maestro Zen se dedicaba a acudir a entrenamientos y encuentros con la mente abierta: “Veamos cómo se expresa cada individuo. Veamos cómo reacciona el grupo en acción y si es capaz de resolver problemas” Nada parece preocuparlo en relación al equipo. No le da demasiadas vueltas a nada porque sería prematuro.

El segundo acto serían los siguientes 20 o 30 partidos de la segunda mitad de temporada, tanto antes como después del encuentro del All-Star: “Era entonces cuando nutría al equipo, cuando los jugadores empezaban a aburrirse -dijo Rick-. En ese momento Phil pasaba más tiempo con cada uno de nosotros. Nos daba libros. Siempre tuve la sensación de que en ese período era cuando más me impulsaba.”

Durante los últimos partidos que desembocaban en los play-offs comenzaba el tercer acto y su comportamiento cambiaba, se volvía más activo y tomaba todo tipo de acciones para proteger a los jugadores de la presión y cargarse con ella, trabajaba sobre el aspecto mental y potenciaba las áreas que había descubierto de cada jugador:

“Phil nos proporcionó renovada confianza y una identidad de la que antes carecíamos. Nos quitaba la presión de encima y la cargaba sobre sus hombros. Volvía ciudades enteras contra él. Todos se cabreaban con Phil y ya no pensaban en nosotros.”

El método de Phil se basa en la observación. No sólo de él mismo hacia su equipo, si no de cómo los jugadores aprenden a a observarse entre sí. Al igual que en los Bulls de Jordan, la idea es establecer un método de "defensa – ataque" sencillo (el famoso triángulo) y hacer crecer la inteligencia de los jugadores en base a su experiencia en la cancha. No asignando un rol a cada miembro del equipo, si no tratando de que ellos mismos encuentren la manera de ser más útiles al sistema.

Esa libertad y confianza consigue que hasta los jugadores más inmaduros o problemáticos (recordemos que fue el único entrenador capaz de entender a Dennis Rodman) tomen mayores responsabilidades y asuman nuevas facetas en su juego por el bien del equipo.

Esta libertad y la falta de patrones a seguir abre la mente de cada miembro del equipo, que de forma intuitiva aprende a leer a sus compañeros a través de formas de comunicación que van más allá de la palabra. Aprenden a encontrar respuestas por sí mismos a situaciones nuevas e inesperadas y a sacar el máximo partido de las herramientas de que disponen.

En los momentos decisivos de algunos partidos evitaba los tradicionales tiempos muertos para cortar rachas de los rivales para darles la oportunidad a los jugadores que estaban en cancha de darle la vuelta a la situación por sí mismos.

Con el paso de la temporada los jugadores llegaban a un entendimiento del juego que no se podía explicar mediante palabras o sistemas. Con sólo un gesto, una arrancada o una mirada sabían donde estaba el compañero, podían ver su pase, el siguiente y el definitivo hacia canasta como si todo fuera parte de un baile.

El arte de observar no se limitaba sólo a los partidos.

En los entrenamientos trataba de crear situaciones de estrés (no pitar faltas, 5 contra 4, jugar a oscuras, prohibir dar indicaciones habladas...) para entender mejor las personalidades de cada jugador y sacar su “yo real”. Fomentaba las charlas entre jugadores para que entre ellos decidieran. Potenciaba sus virtudes personales fuera de la cancha regalándoles libros que les pudieran ayudar a crecer. Estaba como un amigo para ellos cuando los necesitaba. Les ayudaba para encontrar la mejor versión de sí mismos no sólo como estrellas de la NBA si no como personas.

El resultado de este proceso de observación es un equipo imprevisible, difícil de leer para sus rivales y capaz de adaptarse a cualquier situación del juego. Con una inteligencia para el juego y para controlar sus emociones (o dirigirlas hacia el bien común) inigualable en la liga. Con capacidad de comunicación ilimitada en todas sus formas (auditiva, visual, kinesiológica) y en todo momento.

El resultado es un equipo que se puede expresar en la cancha con su propia personalidad, en el que cada miembro se siente importante, en el que no existe la monotonía, en el que cada componente es capaz de encontrar soluciones por sí mismo.

Tanto en los Bulls de Jordan como en los Lakers de Kobe los jugadores se refieren a aquellos equipos como una hermandad; una familia. Un compromiso que todos aceptaron y que iba mucho más allá de lo que se veía en cancha. 

La confianza total entre ellos y con su entrenador alimentó su hambre y su cerebro. La necesidad ante las adversidades despertó su inteligencia hacia el juego y saberse observados por un entrenador que les quería de corazón y siempre esperaba de forma positiva su mejor versión hacia cada aspecto de su vida conseguía convertir a aquellos “niños” en hombres de la manera más natural.

Legados históricos de equipos ganadores, personalidades arrolladores e icónicas que perdurarán a lo largo de la historia... pero ¿Qué habría pasado si no hubiera estado Phil observando?

Bibliografía: Phil Jackson; Once Anillos. Phil Jackson y Hugh Delehanty

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Coach Marco Fernández