mujer sentada sobre montaña de libros Foto de Clay Banks en Unsplash

Oh my god!! Sócrates otra vez! Tranquilo, hoy solamente vamos a hacer una pequeña reflexión sobre lo que significa la mítica frase del filósofo griego y llevarla a un contexto actual para que entiendas la forma de pensamiento en su estado más puro.

La mayoría de las personas que leen esa frase suelen pensar en humildad; y es correcto, pero es una humildad auto infundada a través de la sabiduría. Un posicionamiento ante las dudas y los retos del día a día que permite al pensador ir más allá de sus propios conocimientos.

En mis años de consultor de equipos (proyectos de empresa, procesos de aceleración, equipos de creación de contenidos, procesos industriales...) siempre he sostenido que para hacer un buen trabajo de acompañamiento o para encontrar esa idea que revolucione el proyecto hace falta ir con la mente de un niño ingenuo e ignorante. 

Dejar que el propio equipo o sistema me expliquen su forma de trabajar, desde los procesos más técnicos y concretos hasta los planes más avanzados de crecimiento. Trato de escuchar a cada miembro del equipo sin hacer juicios; indagando, tratando de entender dónde encaja cada pieza en el rompecabezas del proyecto.

Haciendo las preguntas adecuadas y desde el total desconocimiento del área puedes entender la forma de pensar del grupo, las relaciones que se crean entre ellos y los roles que adoptan en el día a día (al margen de los cargos que se supone que ocupan). 

El hecho de no conocer el área en la que estamos trabajando hace que no podamos encorsetar el proyecto o a la persona en un método preestablecido, de ese modo liberas tu presión y la dejas en manos del Universo, centrándote únicamente en aprender lo máximo posible. 

Dicha ignorancia o ingenuidad genera dudas, curiosidad, empiezas a sentir el gusanillo de querer averiguar todo lo posible y las preguntas empiezan a brotar. Pides con entusiasmo que te las respondan como si fueras un niño pequeño.

La ignorancia abre las puertas de la confianza de las personas

Ese entusiasmo y esa ignorancia abren las puertas de la confianza de las personas, que entienden que no están siendo juzgadas (cosa nada productiva) sino escuchadas, y empiezan a hablar con el corazón. Las preguntas empiezan a volar.

Preguntas surgidas del apetito insaciable de la curiosidad de un niño. Preguntas que probablemente nunca se hubieran planteado porque se daban por sentadas, preguntas evidentes con respuestas a veces no tan evidentes, preguntas que remueven, que te hacen replantearte cosas, que te ayudan a crecer.

A menudo cuando partes como espectador tienes la suerte de no tener presión, ni de ser influenciado por un superior ni de que te despidan o no alcanzar algún plazo, objetivo... No conoces a las personas, no emites juicios, no tienes una idea preconcebida... Y eso te permite tener una perspectiva completamente distinta a la que tienen las personas que forman parte del equipo.

De repente empiezan a surgir ideas, soluciones, pequeños conflictos... Que llevan ahí desde el principio pero son tan habituales que ni siquiera son conscientes de que existen. Tú los ves, ellos no, ellos saben, tú no. La posición de ignorancia te permite aprender.

Una vez que tienes claras algunas ideas importantes o estrategias que podrían funcionar:

Lo siguiente debería ser buscar cuales serán las preguntas adecuadas para guiar a que el equipo (o los alumnos) lleguen a esas mismas conclusiones por sus propios medios, confiando en que sacarles de su zona de confort hará que las nuevas ideas y los nuevos puntos de vista hagan aflorar una comprensión mayor sobre su tarea. Cuando el alumno llega a la conclusión de que en realidad no sabe nada es cuando surge la magia, se abre la mente y surgen las ideas del millón de dólares.

Sócrates fue el primero en resumir esta actitud o dinámica de trabajo en una sencilla frase: «Sólo sé que no sé nada». Hoy en día cientos de asesores, coaches, terapeutas... La aplicamos a diario en nuestra metodología de trabajo, nos sirve como referencia, como cura de humildad y como ancla para sentirnos seguros y tranquilos ante los nuevos retos que nos plantea la vida.

En aquella época, Socrates no cobraba nada, creía en el ascetismo. A día de hoy una mente como la suya no dejaría de generar abundancia para él y para toda la humanidad. Sus perlas de sabiduría siguen siendo símbolo de inspiración, admiración y riqueza.

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Coach Marco Fernández